La realización de una
evaluación ambiental de planes en España está siendo un proceso más complicado
de lo que cabría esperar. Esta dificultad inesperada, creo que deriva de la
consideración de esta evaluación como una carga más que como una oportunidad.
Bien aplicada este proceso genera más beneficios que costes para todos aquellos
que pueden resultar afectados.
Es importante para tener en
cuenta esta perspectiva de la evaluación ambiental de planes, tener en cuenta
la diferente metodología de evaluación ambiental existente entre instrumentos
de evaluación inspirados en la normativa anterior a la directiva europea de
evaluación ambiental de planes y programas, basados en la evaluación de impacto
ambiental de proyectos, y los instrumentos posteriores a dicha directiva que
regulan la denominada evaluación ambiental estratégica.
Una de las principales
características de las primeras era que en estos procesos de evaluación las
consideraciones ambientales se ponían de manifiesto al final del procedimiento,
cuando ya estaban tomadas la decisiones, y esto suponía una seria dificultad en
la integración de las consideraciones ambientales. La nueva legislación de
evaluación ambiental de planes propone la consideración, desde el inicio, de
los factores ambientales y territoriales en el proceso de planificación, tanto
por parte del promotor como por parte del órgano ambiental de las
Administraciones públicas competentes, siendo este un cambio sustancial en el
procedimiento.
Entiendo que la ruta de la
evaluación ambiental de planes, tal y como está planteada en la directiva
europea y en su trasposición de la legislación de Estado, aun con sus
carencias, responde al sentido común, al principio de sostenibilidad y al
proceso propio de planificación en cualquier materia.
En este sentido, desde el
punto de vista del territorio, del urbanismo, del resto de políticas
sectoriales que pueden resultar afectadas por el planeamiento y, en
consecuencia, del interés general de todos los ciudadanos, la evaluación
ambiental estratégica debe ser considerada como una oportunidad y no como un
pesado trámite procedimental que debe ser superado necesariamente para obtener
la aprobación del plan en cuestión.
La evaluación ambiental supone que, desde el principio del
proceso de planificación, desde las primeras ideas, desde la fijación objetivos
a alcanzar, han de tenerse en cuenta los aspectos ambientales en que puede
incidir el plan, no cabe la adopción de decisiones en el planeamiento sin analizar,
desde el origen, como van a incidir en el entorno en el que se van desarrollar.
Del mismo modo que la
dimensión económica de un proyecto o plan se tiene en cuenta desde el inicio,
la incidencia medioambiental requiere de la misma prontitud. Solo de esta
manera es posible tener en cuenta esta dimensión sin que se vea condicionada
por otros intereses. Si cuando se empieza a evaluar las consecuencias
ambientales de una plan o proyecto se han realizado importantes inversiones
económicas, es difícil que, en el caso de que derive algún impacto relevante en
el entorno físico, no se trate de restarle importancia, ignorarla o esconderla.
Si cuando se pretende realizar una actuación urbanística se han adquirido los
terrenos, es difícil que las alternativas técnicas que se analicen en los
estudios ambientales por el promotor escojan alguna distinta de aquella o
aquellas que se localizan en los terrenos adquiridos, desvirtuando de esta
forma la evaluación ambiental.
Si desde el inicio se ha
considerado la repercusión en el entorno, la evaluación se realizará de una
forma más objetiva, lo cual permitirá realizar el planeamiento que más
favorezca al interés general y que tenga en cuenta verdaderamente los aspectos
territoriales, medioambientales y sociales, que a la larga también beneficiarán
a los propios promotores o inversores. Imaginemos una actuación urbanística, si
desde el inicio se realiza adecuadamente la evaluación ambiental del plan en
los términos que venimos indicando, se podrá detectar la existencia de una zona
inundable en el área geográfica de estudio, la planificación podrá elegir una
alternativa técnica que tenga en cuenta dicho riesgo y, en consecuencia,
evitará la adopción de medidas consistentes en ejecución de infraestructuras de
corrección del riesgo, como encauzamientos de barrancos, bombeos, o
levantamiento de barreras, y evitará la posibilidad, en caso de que sucediera
un episodio de grandes crecidas en los cauces, de que se destruyan obras, se
asolen bienes patrimoniales e, incluso, se pierdan vidas humanas.
Desde otra perspectiva,
pensemos en un lugar idílico para el desarrollo de una urbanización, con un
paisaje excepcional, unas masas arbóreas frondosas, unos abancalamientos de
cultivos que llenan de colorido las vistas, vamos, un entorno de película. Si
todos aquellos elementos que hacen atractivo este bucólico escenario se
transforman y urbanizan deja de ser el sitio idílico y atractivo para residir.
Por el contrario, si la planificación territorial y urbanística se realiza
integrando desde el inicio los valores ambientales, se preservarán estos
valores, se conservará aquello que da calidad al lugar y que los residentes
podrán seguir disfrutando y la urbanización se emplazará en terrenos con menos
atractivos, incluso degradados, a los que dotarán de un mayor valor. No tiene
sentido transformar aquello a lo que hemos reconocido un valor. A la hora de
transformar el territorio hay que ser respetuosos con aquello que tiene
relevancia o importancia y tratar de mejorar los ámbitos que no tienen o han
perdido los valores.
Una adecuada planificación que
tenga en cuenta el medio físico en el que se implanta, sin duda que podrá poner
en valor determinados espacios, elevando la calidad del producto final del
proyecto, aprovechará los ámbitos territorialmente más favorables para la
ejecución y generará sinergias positivas en el entorno de la actuación. Por el
contrario, una planificación inadecuada, tratando de no tener en cuenta la
realidad territorial donde se va a desarrollar, puede suponer unos elevados
costes de ejecución, un incremento del riesgo, ya sea natural o inducido, y una
pérdida de los valores del patrimonio natural existentes que teniendo valor en
sí mismos, además, incrementarían la calidad del proyecto.
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