El uso que los
ciudadanos hacen de la ciudad va cambiando con el tiempo. Nuevas modas,
alteración de hábitos y costumbres, aprobación y derogación de normas, mejoras
tecnológicas, diferentes estilos de vida, hacen que la vida y la actividad de
los habitantes de las áreas urbanas esté variando permanentemente. Este hacer y
deshacer es lo que motiva que haya quien hable de las ciudades como organismo
con vida propia. La velocidad con la que estas novedades se están produciendo
da lugar a que la evolución de la ciudad se produzca también de una forma más
acelerada. ¿Quién no ha visitado una ciudad y volviendo a ella cinco o diez
años más tarde no la ha encontrado muy diferente?
Frente a este
dinamismo, la reacción de la Administración queda absolutamente retrasada, los
procedimientos y la carga burocrática hacen incompatible la agilidad de estos
cambios con los plazos administrativos reales para abordar estas cuestiones.
Solo aquellas actuaciones que perduran en el tiempo van teniendo encaje en la
acción pública. Sin embargo los ciudadanos y las ciudades no quedan ni pueden
quedar paradas por las cargas burocráticas que la actuación administrativa
comporta.
Así nos encontramos
con actividades que se inician de forma más o menos esporádica y que con el
paso del tiempo, o pasan como algo efímero de lo que nadie se acuerda, o se
encuentran reconocidas e incluso reguladas por la Administración, como pueden
ser los mercadillos o rastros semanales que tienen lugar en zonas urbanas o en
su periferia, generalmente en espacios públicos, (plazas, calles, parques,
etc.). Hay ocasiones en que una práctica urbana que se convierte en habitual
necesita un espacio propio y permanente para seguridad y comodidad de los practicantes
y para no perturbar otros usos de los espacios públicos, tal es el caso de los
carriles bici o de áreas reservadas para transporte público. En otros casos,
los nacientes usos urbanos están en lo que podríamos llamar proceso de
regularización, tal es el caso de artistas en las zonas públicas, (cantantes,
músicos, mimos, equilibristas) en los que las administraciones empiezan a
establecer condiciones para su desarrollo. Por último están los que surgen de
forma espontánea, a veces reivindicativa, que responden a un deseo de los
ciudadanos y que adolecen de reconocimiento,
explícito o formal, por la Administración, es el caso del empleo de
solares vacíos que se destinan a aparcamiento, a huertos urbanos o al desarrollo
de actividades vecinales o la utilización de edificios existentes que se
emplean para exposiciones o otro tipo de manifestaciones culturales.
Algunos ejemplos
pueden ser la peatonalización de la avenida de Broadway de Nueva York o la
iniciativa en Zaragoza denominada “Esto no es un solar”, que consiguió
convertir 14 solares en espacios públicos. Especialmente en Estados Unidos,
Inglaterra o Alemania existen documentados multitud de ejemplos de este tipo de
prácticas de los ciudadanos. Surge de este modo lo que se denomina el urbanismo
táctico (a corto plazo) frente al urbanismo plazo (una planificación a largo
plazo).
El urbanismo táctico,
puede recibir también acepciones como guerrilla urbana, hacking the city o DIYU
(Doing it yourself urbanism, algo así como urbanismo hecho por ti mismo). La
filosofía de este tipo de iniciativas puede resumirse en acciones urbanas a
corto plazo que pueden dar lugar a la generación de cambios a largo plazo, se
suelen producir fuera de los procedimientos administrativos municipales y con
una clara participación de los ciudadanos. Procesos que surgen espontánea e
informalmente, que deberían servir de punto de reflexión a los planificadores
urbanísticos de la ciudad. La iniciativa puede ser pública, privada e incluso
colaboración público privada. Se trata de pequeñas acciones realizadas en la
ciudad por sus habitantes que pueden dar lugar a grandes cambios.
Normalmente estas
acciones serán acordes con el planeamiento urbanístico vigente. Peatonalizar
una calle, poner un mercadillo o el rastro en un plaza, o pintar sobre la
calzada o acera un carril bici, son acciones que no alteran el planeamiento
urbanístico. En ocasiones las actuaciones pueden no ser del todo compatibles
con el planeamiento urbanístico. La cuestión se complica. Por ejemplo los
huertos urbanos, si son en espacios libres o parques cuyas ordenanzas lo
permiten, o se localizan en suelos urbanizables que carecen de programa, no
tendrían problemas de compatibilidad con el planeamiento, cuando permitan la
finalidad propia de los espacios libres en el primer caso o no perjudiquen la
ejecución del planeamiento en el segundo. En otros supuestos la discrepancia
con el planeamiento puede generar incompatibilidades. Dedicar una antigua
estación de ferrocarril, recogida en el planeamiento urbanístico como infraestructura
ferroviaria, a centro de formación de mayores o a un uso recreativo o
deportivo, habilitar un solar como jardín o como huerto no estaría del todo
acorde al plan. Entiendo que en estos supuestos podría ser posible, analizando
caso por caso, dar licencias provisionales que lo permitieran otorgar al
edificio el carácter de fuera de ordenación en el sentido más amplio del
término. Pueden darse otros supuestos en que ni siquiera quepan licencias
provisionales y sería necesario una modificación del planeamiento, con la carga
burocrática que ello pudiera suponer.
Es importante que en
estos procesos de cierta espontaneidad no nos llevemos solo por la frescura,
atracción e innovación de la propuesta que se plantea. Hay que tener en cuenta
los intereses de terceros que pueden resultar afectados por estas iniciativas.
Por ejemplo en el caso de los mercadillos o rastros debería analizarse como
afecta al pequeño comercio de la zona; en el caso de actividades artísticas o
análogas (exposiciones, cines en terrazas, conferencias, ...) como afecta a
otras actividades similares que existen en el entorno o si pueden causar
molestias al vecindario o generar
conflictos por la falta de seguridad o calidad de las instalaciones.
Creo que estas
iniciativas son muy interesantes y enriquecedoras, pueden hacer evolucionar la
ciudad hacia donde los ciudadanos van indicando y suponen una implicación de
los habitantes en las decisiones de la ordenación urbana, por ello no hay que
adoptar medidas que puedan desincentivarlas y tomarlas como referente en la
planificación estratégica. Pero, al mismo tiempo, deberían diseñarse
instrumentos ágiles que canalicen la participación pública en su implantación,
donde todos puedan tener voz y articular mecanismo para la resolución de conflictos
de intereses entre las nuevas iniciativas y usos o actividades preexistentes en
la zona.
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